La mesa del comedor – Primer acto

Del libro, «Alcanzando los mundos superiores«

En una casa brillantemente iluminada, con cuartos espaciosos, un hombre de agradable apariencia está ocupado en la cocina. Está preparando una comida para su tan esperado huésped. Mientras maniobra con las ollas y sartenes, trae a su memoria los manjares con los que su huésped tanto se deleita.

La feliz expectativa del anfitrión es más que evidente. Lleno de gracia, con los movimientos de un bailarín, llena la mesa con cinco platillos diferentes. Próximas a la mesa hay dos sillas acolchonadas.

Llaman a la puerta y el huésped entra. El rostro del anfitrión se ilumina al ver al huésped y lo invita a sentarse a la mesa para cenar. El huésped toma asiento y el anfitrión lo mira con cariño.

El huésped mira las delicias puestas ante él y las huele a una distancia cortés. Es evidente que le gusta lo que ve, pero expresa su admiración con tacto y recato, sin dejar saber que él está inconsciente que la comida es para él.

Anfitrión: Toma asiento por favor. He hecho estas cosas especialmente para ti porque sé cuánto te agradan. Ambos sabemos cuán familiarizado estoy con tus gustos y hábitos de comida. Sé que tienes hambre y sé cuánto puedes comer, y por eso he preparado todo exactamente como te gusta, en la cantidad precisa, con la que puedes terminar sin dejar una miga.

Narrador: Si quedara comida después de que el huésped estuviera saciado, el anfitrión y el invitado estarían inconformes. El anfitrión, estaría insatisfecho, porque eso significaría que él desea dar a su huésped más de lo que éste desea recibir.
Por su parte, el huésped estaría decepcionado al no poder satisfacer el deseo del anfitrión de consumir toda la comida. El huésped también lamentaría estar saciado, mientras quedan todavía manjares, sin poder gozar ni uno más de ellos. Eso significaría que al huésped le faltó el deseo suficiente de disfrutar todo el placer ofrecido.
Huésped: (Solemnemente) De hecho, has preparado exactamente lo que quería ver y comer en la mesa durante la cena. Incluso la cantidad es justo la correcta. Esto es todo lo que siempre quise de la vida: disfrutar todo esto. Para mi, sería el máximo placer divino.

Anfitrión: Bien, entonces tómalo todo y disfrútalo. Me llenará de placer.

El huésped comienza a comer.

Huésped: (Obviamente gozando y con su boca llena; no obstante, parece algo preocupado) ¿A qué se debe que cuanto más como, menos disfruto la comida?
El placer que recibo quita el hambre y, por lo tanto, mi gozo es cada vez menor. Mientras más cerca estoy de tener la sensación de estar pleno, menos disfruto la comida.
Y cuando ya he recibido todo el alimento, no me queda más que la memoria del placer, no el placer mismo. El placer estaba allí solamente mientras tenía hambre. En el momento en que se desvaneció, ocurrió lo mismo con el gozo. He recibido lo que tanto anhelaba y, sin embargo, me he quedado sin placer ni alegría. No quiero nada más, no hay nada que me provoque alegría.

Anfitrión: (Un poco resentido) He hecho todo lo posible para causarte placer. No es mi culpa que la simple recepción del placer, acabe la sensación de deleite, porque el anhelo se ha ido. En todo caso, ahora tú ya estás lleno con todo lo que te he preparado.

Huésped: (Defendiéndose) Al recibir todo lo que me has preparado, ni siquiera te puedo agradecer, porque he dejado de gozar la abundante comida que me has dado. Lo principal es que siento que tú me has dado a mí, mientras que yo no te he dado nada a cambio.
Por lo tanto, tú me has hecho sentir vergüenza al manifestar de forma desconsiderada que tú eres el que otorga y yo el que recibe.

Anfitrión: No te demostré que fueras el receptor y yo el otorgante. Pero el simple hecho de que tú hayas recibido algo de mí sin ser recíproco, te dio la sensación de que estabas recibiendo algo de mí, a pesar del hecho que la benevolencia es mi naturaleza.
Lo único que quiero es que aceptes mi comida. Eso no lo puedo cambiar. Por ejemplo: Yo crío pescados. A éstos no les importa quién les provee la comida y los alimenta… También me ocupo de Bob, mi gato. A él tampoco le importa, ni siquiera un poco, de qué manos le llega el alimento. Pero a Rex, mi perro, sí le importa y no tomaría el alimento de cualquiera.

Narrador: La gente está constituida de tal manera que hay algunos que reciben sin sentir que alguien les está dando, y solamente toman. ¡Algunos incluso roban sin remordimiento! Pero cuando las personas desarrollan un sentido de sí mismas, saben cuando se les está otorgando, y eso les despierta la conciencia de que son receptoras. Eso trae consigo vergüenza, auto-reproche y agonía.

Huésped: (Algo apaciguado) Pero ¿qué puedo hacer para recibir placer sin considerarme el receptor?, ¿cómo puedo neutralizar la sensación interna de que tú eres el que otorga y yo el que recibe? Si hay una situación de dar y recibir, y eso provoca en mí esta vergüenza, ¿qué puedo hacer para evitarla?
¡Quizás puedas actuar de tal forma que no me sienta como el receptor! Pero eso sería posible solamente si no estuviera consciente de tu existencia (al igual que tus peces), o si te hubiera percibido, pero sin entender que tú me estabas dando algo (como un gato o un ser humano subdesarrollado).

Anfitrión: (Contrayendo sus ojos en señal de concentración, y hablando en tono pensativo) Pienso que después de todo, existe una solución. ¿Quizás seas capaz de encontrar una manera de neutralizar la sensación de recepción dentro de ti?

Huésped: (Sus ojos se iluminan) Ah, ¡Entiendo! Tú siempre has querido tenerme como tu huésped. Así es que mañana, vendré aquí y me comportaré de tal manera que te haga sentir como si tú fueras el receptor. Yo seguiré siendo el receptor, por supuesto, comiendo todo lo que tú hayas preparado, pero me consideraré el que otorga.

 

continúa en segundo acto…

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