La soledad mata
Hace unos días en Israel, un hombre joven, profesor de escuela, se suicidó. Tenía estudiantes, conservaba su trabajo, era saludable, guapo, elocuente, pero estaba solo. En un post de Facebook, escribió su nota final: “no es bueno para el hombre estar solo; la soledad mata. Otro día, otra semana, otro mes, otro año pasa y yo estoy solo. En el almuerzo, en el trabajo, en la noche, los fines de semana, los días de fiesta y los cumpleaños, nadie me recuerda. Los pocos amigos se fueron, se desvanecieron en el tiempo; es hora de partir”.
Este hombre no era único en sus emociones. Sus palabras en las redes sociales, captaron la maldición de nuestro tiempo: todos estamos conectados, pero muy solos. La soledad se volvió muy pesada, precisamente porque deberíamos estar más conectados de lo que estamos.
Estamos muy retrasados en nuestro desarrollo. En este momento, ya deberíamos ser una humanidad conectada, que siente que somos un sistema cuyas partes se complementan y son solidarias en bien de la humanidad y de la naturaleza. En su lugar, hasta hace poco, hemos estado sumergidos hasta el cuello, en un lodazal de destrucción mutua que orgullosa y erróneamente llamamos “economía capitalista” y “progreso”.
De repente, cuando llegó la Covid-19 y nos obligó a tomar un descanso de la aniquilación mutua, empezamos a sentir el vacío que tenemos dentro. Pero ¿qué más se podría tener dentro? Cuando todos odian y temen a los demás, hasta el punto que dejas de hablar y te comunicas por texto y construyes a tu alrededor muros de falsa confianza y falsas sonrisas para esconder tu inseguridad. Cuando de pronto estás solo, te das cuenta que no tienes idea de quién eres ni sabes cómo estar contigo mismo ni qué es lo que realmente quieres, porque has estado ocupado toda tu vida levantando muros contra el mundo hostil de afuera. Y nadie te llama porque todos están en la misma situación: todos están solos y temen ser lastimados.
“Estar solo quiere decir que eres ignorado, que nadie se preocupa por ti, por eso algunos prefieren terminar su vida, para que, en algún punto, incluso en su momento final, alguien se preocupe.”
Por qué no podemos conectarnos
La humanidad es diferente a las otras partes de la naturaleza, nosotros debemos evolucionar por nuestra propia cuenta. Nuestra evolución es mucho menos física que la de las otras especies, es mucho más emocional, intelectual y social. En el apogeo de nuestra evolución, estamos destinados a sentir la totalidad del sistema que llamamos “universo.”
La naturaleza desarrolla a todos sus elementos por instinto, excepto a la humanidad. Los humanos carecen, en gran medida, de ellos. Cuando un animal nace, de inmediato sabe dónde encontrar comida, a menudo puede caminar un poco y generalmente se comporta como otro animal de su especie. Los humanos, por otro lado, cuando nacen, apenas pueden mover sus manos y sus pies y están totalmente indefensos por años. Los humanos, a diferencia de los animales, tienen que adquirir conocimiento por ellos mismos con trabajo duro. La sociedad humana, igual que el bebe, tiene que aprender, poco a poco, a convertirse en ser social y a ser una buena compañía para sí misma. Evolucionamos con nuestro propio deseo de mejorar la situación. Y no evolucionamos al azar, sino en dirección clara: hacia una mayor cohesión, mayor cuidado por cada uno, mayor responsabilidad mutua y eventualmente, amor mutuo.
Cuando un niño tiene hambre, llora porque se siente mal con el estómago vacío. Cuando una persona está sola, llora porque el corazón vacío se siente muy, muy mal. El dolor del corazón es mucho más fuerte que el del estómago vacío.
Pero la soledad que muchos sienten hoy, no es el fin. Es el principio. Es la oscuridad antes del amanecer. Empezamos a darnos cuenta de que debemos transformar todo, lo primero, nuestras relaciones. Para hacer el cambio, tenemos que sentir que el presente es insoportable. Y nada es más insoportable que la soledad.
Podemos prevenir tragedias como el suicidio por soledad, si dejamos de insistir en retornar al estado anterior de “libre” economía, dominado por el ego y, avanzar al estado de preocupación mutua y empatía, en el que deberíamos haber estado desde hace mucho tiempo. A lo largo del camino descubriremos que es mejor cuidarnos unos a otros que temernos unos a otros y también que así funciona la realidad, excepto por nosotros, hasta que también, alcancemos ese estado.
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