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cabalá y religión

Diferencia entre Cabalá y religión

A lo largo de su historia la humanidad ha creado muchas religiones y creencias ¿cuál es la diferencia entre Cabalá y otras religiones?

La humanidad ha creado diferentes creencias hasta hoy ¿en qué cree el hombre? En una fuerza superior. Dinero, riqueza, poder, también son una fuerza superior. No los llamamos religión porque no queremos nombrarlos así, pero, ¿qué adoramos más? ¿la riqueza o la verdadera fuerza superior?

La humanidad constantemente crea más y más religiones nuevas: bitcoins, robots, otras fuerzas grandiosas que, de algún modo, ayudan al hombre a mejorar su estado.

En principio, ¿para qué se necesita al Creador? Para mejorar mi estado en este mundo con algún tipo de esperanza para el mundo futuro. Qué hay exactamente allí, nadie lo sabe. O tomamos la riqueza con nosotros como el faraón o a la inversa, damos todo para ir allí con las manos vacías, pero con un alma preparada; todas esas filosofías, por supuesto, no son confirmadas por nada, pero existen.

Cabalá difiere de religiones, creencias y toda clase de búsqueda posible de la humanidad, al elevar al hombre por encima de su naturaleza, por encima de la naturaleza de este mundo, por encima del ego y comenzar a prepararlo para el estado que imaginamos que existe después de nuestro muerte.

Imaginemos una fantasía: nuestro cuerpo se está muriendo. En Cabalá, cuerpo significa ego. Continuamente quiere encontrar satisfacción. Esto no es solo un cuerpo físico ni una masa biológica, sino mi ego: el deseo de riqueza, fama, conocimiento, familia, sexo, comida, descanso, entretenimiento, con todo lo que existe. Naturalmente, mi ego muere junto con mi cuerpo fisiológico.

No tendremos ideas como las del faraón; de llevar con nosotros suministro de alimento, concubinas, soldados, etc., al mundo futuro. Es decir, el egoísmo muere y el hombre se va en dirección indefinida con las manos vacías, como dicen, desnudas y puras.

Cabalá permite a quien vive en este mundo, experimentar el estado de ser separado de su ‘yo’ egoísta, de su cuerpo, como si estuviera muriendo, para hacer que su ego muera.

Y luego se siente libre, literalmente volando en ingravidez. Revela ese estado, por encima del estado egoísta llamado vida, no en el deseo, sino vida en la fe; la vida no en recepción, sino ‘vida en otorgamiento’.

Así surge una percepción totalmente diferente de la realidad: la realidad no es lo que puedo acumular, devorar y absorber ahora en mí mismo, sino salir de mí y, a la inversa, tanto como sea posible, seguir sintiéndolo, observar y siempre que sea posible, otorgar. Es decir, esta es una percepción diferente, una tendencia diferente, un paradigma completamente diferente.

Le da al hombre una percepción ilimitada de la realidad ¿cuál? Que existe. ¿Cómo se ve? No lo sabemos, pero es una que no ha sido quebrantada por nuestro egoísmo, no se muele como en un molino de carne, cuando molemos en nuestro interior la información que recibimos, sin siquiera darnos cuenta.

Es decir, lo que siento en este momento. Siento que después de que todo lo que me rodea ha entrado en mi ego, ha sido mezclado y se me entrega como una especie de ‘argamasa’: este mundo y yo.

Se deriva de mi ego. Y quiero obtenerlo sin transferirlo por mi ego, para ver el mundo como es. Pero esto no se le da a nadie. Para esto, necesito anular mi ego. Esto es lo que Cabalá me da.

Como resultado, después de que estemos convencidos de que el egoísmo es nuestro enemigo, un villano que distorsiona y desfigura la imagen del mundo y que vivimos dentro del ego como si hubiéramos usado drogas y existiéramos en este mundo fantasmal, totalmente irreal, por eso se llama mundo ficticio; la sabiduría de la Cabalá nos da oportunidad de elevarnos por encima de todo esto. Es decir, nos da oportunidad de matar al propio ego, superarlo y percibir lo que existe en la realidad, a través de una sensación no distorsionada.

Y así descubrimos que más allá de nuestro ego sólo existe la fuerza superior, la única fuerza llamada, Creador. Comenzamos a lograrlo y todo se vuelve claro. Queda claro para qué vivir, para qué fuimos creados así y por qué debemos llegar a la revelación del Creador pasando por tanto problema, por tantos milenios de nuestro repugnante desarrollo egoísta. Comenzamos a comprender esto, a apreciarlo y a no condenarlo, sino por el contrario, a justificarlo.

Todo esto se logra con la sabiduría de la Cabalá. Por lo tanto, no tiene nada que ver con ninguna religión, incluido el judaísmo. Naturalmente hoy incluso los creyentes y otras personas, entienden que la religión ordinaria está lejos de ser cierta.

Es Cabalá llamada la Torá de la Verdad (Torat Emet) y no el enfoque habitual. Es la verdadera instrucción para el nacimiento del hombre espiritual, para la revelación del Creador, para comprender lo que realmente dice en la Torá.

Por lo tanto, la gente está decepcionada con la religión. Esta decepción apareció hace mucho tiempo. No hay otra forma de revelar la verdad. Y ahora esta verdad se revela en la sabiduría de la Cabalá, en sus fuentes genuinas.

¿Por qué la sabiduría de la Cabalá no se ha revelado hasta ahora?

La humanidad se ha desarrollado por miles de años. La sabiduría de la Cabalá predijo hace mucho tiempo que a fines del siglo 20 sería el momento de la transición a una nueva etapa, a un nuevo nivel de logro del Creador.

En principio, todo lo que anhelamos en realidad, sin importar que, dinero, poder, conocimiento, todo tipo de placeres, significa que estamos cavando dentro de nosotros mismos para encontrar algo que realmente valga la pena. Y lo que vale la pena se llama, Creador.

En cualquier cosa que haga la gente, ya sea religión, cultos, ciencia, etc., descubre el fracaso de sus esfuerzos y aventuras. Al final, esto la lleva a la Cabalá. Por lo tanto, gente de todos los niveles de la humanidad, con diferente culturas y aspiraciones, comienza a cambiar su vector de algún modo, a pesar de que no lo sabe.

Por eso, nuestra organización tiene el objetivo de: revelar la sabiduría de la Cabalá, es decir, la comprensión de la causa de la existencia humana, dar a conocer la meta real de la humanidad en este mundo. Su objetivo es revelar este método, revelar al hombre en nuestro mundo; al Creador.

Del blog de laitman.es

 

La esencia de la religión y su propósito

En este artículo deseo responder a tres preguntas:

A) ¿Cuál es la esencia de la religión?

B) ¿Su esencia  se alcanza en este mundo o en el mundo por venir?

C) ¿Su propósito es beneficiar al Creador o a las criaturas?

A primera vista, el lector podría sorprenderse por mis palabras y no entender estas tres preguntas que me planteé como tema de este artículo. ¿Quién no conoce lo que es la religión, y especialmente sus recompensas y castigos destinados a llegar fundamentalmente al mundo por venir? Sin mencionar la tercera pregunta, ya que todos saben que es para beneficiar a las criaturas, para guiarlas hacia el gozo y la felicidad. ¿Qué más se puede agregar a esto?

Realmente no tengo nada más que añadir. Pero al conocer estos tres conceptos desde su infancia, ya no agregan ni estudian nada más durante el resto de sus vidas. Y esto muestra su falta de conocimiento en estas exaltadas cuestiones, las cuales constituyen, necesariamente, el fundamento preciso sobre el que se asienta toda la estructura de la religión.

Por tanto, decidme, ¿cómo es posible que un adolescente de doce o trece años pueda ya captar en profundidad estas sutiles nociones lo suficiente como para no necesitar añadir más conceptos o conocimiento de estos temas durante el resto de su vida?

¡Ciertamente en eso radica el problema! ¡Porque esta apresurada suposición trajo consigo todas las imprudencias y las conclusiones descabelladas que han llegado a nuestro mundo en nuestra generación! Y ello nos ha conducido a una situación tal que la segunda generación se nos ha escapado casi completamente de las manos.

El bien absoluto

Para no cansar a los lectores con extensas argumentaciones, me he apoyado en todo lo que he escrito y aclarado en los ensayos anteriores, particularmente en el artículo Matan Torá (La Entrega de la Torá), los cuales conforman una especie de prefacio al sublime tema que nos ocupa. Aquí hablaré de manera simple y breve con objeto de que sea comprensible para todos.

Para comenzar, debemos entender que el Creador es el Bien Absoluto. Es decir, que es absolutamente imposible que pueda causar ningún tipo de pesar a alguna persona. Y tomaremos este como el primer concepto, pues nuestro sentido común claramente nos muestra que la base de cualquier acción malvada en el mundo proviene solamente del deseo de recibir.

Esto significa que el ansia de recibir en beneficio propio nos hace perjudicar a nuestro prójimo, debido a nuestro deseo de recibir para satisfacción propia. De modo que si la criatura no hallara gozo favoreciéndose a sí misma, ningún ser en el mundo lastimaría jamás a sus semejantes. Y si algunas veces encontramos a alguna criatura que daña a su prójimo sin ningún deseo de recibir satisfacción, lo hace sólo por la antigua costumbre que se originó en el deseo de recibir, el cual lo libera de la necesidad de hallar una nueva razón.

Y puesto que percibimos que el Creador es completo en Sí Mismo, y no necesita a nadie que le ayude a completarse, puesto que Él precede a todo, queda por consiguiente claro que Él no tiene ningún deseo de recibir. Y como Él no tiene ningún deseo de recibir, está fundamentalmente desprovisto del deseo de perjudicar a nadie. Así de sencillo.

Además, esto es completamente aceptado por nuestra mente como el primer concepto de que Él posee el deseo de otorgar el bien a los demás. Y eso se muestra de manera evidente en la grandiosa Creación que Él ha creado y dispuesto ante nuestros ojos. Pues en nuestro mundo existen criaturas que necesariamente experimentan buenos o malos sentimientos y estos sentimientos necesariamente provienen del Creador. Y una vez que queda absolutamente claro que en la naturaleza del Creador no existe la voluntad de hacer daño, se requiere que todas las criaturas reciban solamente el bien de Él, ya que Él creó a las criaturas solamente para otorgarles.

De esta manera comprendemos que Él sólo tiene el deseo de otorgar el bien, y que es absolutamente imposible que ninguna nocividad pudiese existir en Su dominio y que pudiera provenir de Él. Por consiguiente, lo hemos definido como el Bien Absoluto. Y una vez que hemos comprendido esto, examinemos la verdadera realidad que se encuentra bajo Su guía y la forma en que Él otorga únicamente bienestar a sus criaturas.

Su guía es una guía con un propósito determinado

Al observar los sistemas de la naturaleza, comprendemos que cualquier ser perteneciente a cualquiera de los cuatro niveles –inanimado, vegetativo, animado y hablante–, tanto en conjunto como en particular, resulta que se encuentran bajo una guía intencionada. Es decir, un crecimiento lento y gradual por la vía de la causa y efecto, como el fruto en el árbol, que es dirigido por una guía favorable para finalmente convertirse en un fruto hermoso y dulce.

Ve a preguntar a un botánico por cuántos estados pasa el fruto desde el momento en que es visible hasta que está maduro. No solamente las fases anteriores a su madurez no muestran evidencia de su dulce y hermoso desenlace, sino que, como para irritarnos, muestran lo opuesto al resultado final.

Cuanto más dulce es el fruto al final, más amargo y desagradable es su aspecto en las fases iniciales de su desarrollo. Y lo mismo ocurre en los tipos animado y hablante: la mente del animal es pequeña al final de su crecimiento, pero no es tan deficiente mientras está creciendo. En cambio, la mente del hombre es amplia al final de su crecimiento pero es muy deficiente en el transcurso de su desarrollo. Porque, «A un ternero de un día de vida se le llama toro», es decir, que tiene la fuerza para erguirse sobre sus patas y andar, y la inteligencia para evitar los peligros que pudiera encontrar en su camino.

Pero, un bebé de un día de vida permanece recostado con una aparente inconsciencia. Y si alguien que no estuviera familiarizado con las costumbres de este mundo examinara a estos dos recién nacidos, seguramente llegaría a la conclusión de que el bebé recién nacido no llegará a ser gran cosa y el ternero llegará a ser un gran héroe –si juzgara conforme a la medida de sabiduría del ternero en comparación con la inconsciencia y falta de inteligencia del niño.

Por lo tanto, es evidente que la guía del Creador sobre la realidad que Él ha creado, no es otra que una forma de guía con un propósito determinado, sin tener en cuenta el orden de las etapas de desarrollo, puesto que son engañosas y nos impiden entender su propósito, ya que siempre se encuentran en un estado opuesto a su forma final.

Sobre estas cuestiones decimos: «No hay nada más sabio que la experiencia». Porque solo la persona experimentada tiene la oportunidad de examinar la Creación en todas sus fases de desarrollo, hasta que esta llega a su término; y puede guardar la calma y no alarmarse por esas imágenes deterioradas por las que pasa la Creación durante sus fases de desarrollo y sólo creer en su magnífico y puro resultado.

De esta manera hemos mostrado ampliamente la conducta de Su providencia en nuestro mundo, que es meramente una Guía con un propósito determinado. El atributo de benevolencia no es del todo visible antes de que la criatura llegue a su término, a su madurez final. Por el contrario, más bien toma una forma corrupta a los ojos de los observadores. De tal manera, puedes observar que el Creador sólo otorga a Sus criaturas el bien y que ese bien llega por medio de una guía intencionada.

Dos caminos: El camino del sufrimiento y el camino de la Torá

Hemos demostrado que Dios es el Bien Absoluto, y que Él nos supervisa con total benevolencia, sin una pizca de maldad y mediante una guía con un propósito determinado. Esto significa que Su guía nos empuja a pasar por una serie de fases, por la vía de la causa y efecto, es decir, lo que precede y lo que resulta, hasta que estamos capacitados para recibir el bien deseado. Y entonces llegaremos a nuestro propósito, al igual que el fruto hermoso y maduro. Y entendemos que este propósito está absolutamente asegurado para todos nosotros o, de lo contrario, desacreditaríamos Su Providencia al decir que es insuficiente para Su propósito.

Nuestros sabios dijeron: «La Divinidad en los inferiores, es una necesidad Superior». Esto significa que dado que Su guía tiene un fin determinado y tiene como meta conducirnos finalmente hacia la adhesión con Él para que more dentro de nosotros, Su guía se considera una necesidad Superior. Es decir, que si no llegamos a eso, nos encontraremos considerando Su Providencia como deficiente.

Esto es parecido a un gran rey que tuvo un hijo en su vejez a quien quería mucho. Por lo tanto, desde que nació sólo pensaba en ofrecerle cosas buenas. Reunió los mejores libros, los más preciados, los de mayor sabiduría y refinamiento del reino, y construyó para él una escuela. Y fue con los mejores y más famosos constructores y construyó palacios de placer. Congregó a todos los músicos e intérpretes y construyó salas de conciertos, y llamó a los mejores reposteros y cocineros para ofrecerle todas las delicias del mundo.

Pero desgraciadamente, el hijo creció siendo un necio que no tenía deseos de educarse. Y era ciego y no podía ver ni sentir la belleza de los edificios. Y era sordo y no podía escuchar los poemas y la música. Y era enfermizo y sólo podía comer pan de harina sin refinar. Y todo esto provocaba desprecio e indignación.

Sin embargo, algo así le puede pasar a un rey de carne y hueso, pero es imposible decirlo del Creador, en quien no puede existir falsedad alguna. Por lo tanto, Él nos preparó dos caminos de desarrollo:

El primero es el camino del sufrimiento, que es como se conduce el desarrollo de la Creación en sí misma. Por su naturaleza, es forzado a seguir el camino de la causa y efecto pasando por diversos estados sucesivos, que lentamente nos van desarrollando hasta que llegamos a la resolución de elegir lo bueno y rechazar lo malo y estar cualificados para el propósito deseado por Él.

Y este camino es indudablemente doloroso y largo, por lo que Él nos preparó un camino afable y placentero, el Camino de la Torá y Mitzvot, que puede capacitarnos para nuestro propósito de manera rápida y sin dolor.

Resulta que nuestra meta final es capacitarnos para la adhesión con Él, para que more dentro de nosotros. Esta meta es una certeza y no hay forma de desviarse de ella, porque Su guía nos conduce en ambos caminos, que son el camino del sufrimiento y el camino de la Torá. Pero viendo la realidad, encontramos que Su guía llega simultáneamente en ambos caminos, a los cuales nuestros sabios se refieren como “el camino de la Tierra” y “el camino de la Torá”.

La esencia de la religión es para desarrollar en nosotros el sentido del reconocimiento del mal

Nuestros sabios dicen: «¿Acaso le importa al Señor si se sacrifica por la garganta o por detrás del cuello? Después de todo, los Mitzvot fueron entregados con el único propósito de purificar a las personas». Esta purificación ha sido ampliamente aclarada en el artículo Matán Torá (punto 2), pero aquí voy a clarificar cuál es la esencia de este desarrollo, el cual se alcanza a través de la Torá y los Mitzvot.

Tened en cuenta que es el reconocimiento del mal dentro de nosotros. Que comprometerse al cumplimiento de los Mitzvot, puede purificar gradualmente a aquellos que profundizan en ellos. Y la escala mediante la cual medimos el grado de purificación es la medida de nuestro reconocimiento del mal dentro de nosotros.

Porque en toda persona existe una tendencia natural a rechazar y erradicar de sí misma cualquier mal que exista dentro de sí. Pero la diferencia entre una persona y otra reside solamente en el reconocimiento del mal, de modo que una persona más desarrollada reconoce en sí misma un mayor grado de maldad y, por lo tanto, rechaza y aleja el mal de sí misma en mayor medida. Quien está menos desarrollado percibe solo una pequeña cantidad de mal y, por lo tanto, también rechazará una pequeña cantidad de mal, dejando dentro de sí mismo toda su corrupción, sin poder reconocerla como tal.

Para no cansar al lector, aclararemos el significado general del bien y del mal, como fue explicado en el artículo Matan Torá (punto 12). El mal, en general, no es más que el amor propio, llamado “egoísmo”, por ser opuesto a la forma del Creador, que no tiene ningún deseo de recibir para Sí Mismo, sino sólo de otorgar.

Como hemos explicado en el artículo Matán Torá, (puntos 9 al 11) el placer y la grandeza se miden según el grado de equivalencia de forma con el Creador. Y el dolor y la intolerancia se miden conforme a la magnitud de la diferencia de forma con el Creador. En consecuencia, el egoísmo es aborrecible y nos causa dolor, puesto que su forma es opuesta al Creador.

Pero esta repulsión no está dividida de igual forma en todas las almas, sino que se da en diversas medidas. La persona tosca y no desarrollada no reconoce al egoísmo como un atributo malo y, por lo tanto, lo usa abiertamente, sin ninguna vergüenza o freno. Roba y mata a plena luz del día dondequiera que ve la oportunidad. Y quien es un poco más desarrollado, siente en cierta medida que su egoísmo es malo, y al menos se avergüenza de usarlo en público, es decir, robar y matar abiertamente. Pero sigue cometiendo sus crímenes en secreto.

Aquel que está aún más desarrollado, siente su egoísmo como algo realmente aborrecible, hasta el punto de no poder tolerarlo dentro de sí y rechazarlo completamente, en la medida que lo detecta, hasta el punto de no querer ni poder disfrutar de lo que hacen para él los demás. Y entonces comienzan a surgir en él las chispas de amor hacia los demás, llamadas «altruismo», que es el atributo general de bondad.

Y esto también evoluciona gradualmente. Es decir, primero desarrolla el amor y el deseo de otorgar a su familia y a sus semejantes, como está escrito: «Y no te ocultarás de tu propia carne». Y al desarrollarse más, se expande el atributo de otorgamiento hacia todas las personas que le rodean, que son la gente de su ciudad o de su nación. Y uno sigue añadiendo hasta que finalmente desarrolla el amor por toda la humanidad.

Desarrollo consciente y desarrollo inconsciente

Hay que tener en cuenta que hay dos fuerzas que sirven para empujarnos a ascender por los peldaños de la escalera mencionada, hasta que alcancemos su extremo en el cielo, que es el punto determinado de la equivalencia de forma con nuestro Creador. La diferencia entre estas dos fuerzas es que la primera, a la cual nos referimos como «el camino del sufrimiento» o «el camino de la Tierra», nos empuja desde atrás.

Y de este camino se deriva la filosofía de la moralidad llamada Ética, que está basada en un conocimiento empírico, es decir, el análisis de la inteligencia práctica, cuya esencia es solo un resumen de los daños visibles que resultan del núcleo del egoísmo.

Todos estos experimentos llegan hasta nosotros por casualidad, es decir, no como resultado de una elección consciente, aunque ciertamente nos conducen hacia su propósito, ya que la imagen del mal va creciendo y aclarándose a nuestros sentidos. Y en la medida en la que reconocemos su daño, nos distanciamos de él y ascendemos a un peldaño más elevado en la escalera.

La segunda fuerza nos empuja conscientemente, es decir, por nuestra propia elección. Esta fuerza nos atrae desde delante, y nos referimos a ella como «El Camino de la Torá y los Mitzvot«. Al observar la Torá y los Mitzvot con el propósito de complacer a nuestro Creador, se desarrolla rápidamente en nosotros ese sentido del reconocimiento del mal, tal y como mostramos en el artículo Matan Torá.

Y aquí es donde nos beneficiamos doblemente:

A) No tenemos que esperar a que las experiencias penosas de la vida nos empujen desde atrás, cuyo incentivo se mide sólo según el grado de agonía y destrucción. Por el contrario, a través de las delicadezas sutiles que sentimos cuando trabajamos sinceramente para Él, para complacerlo, se desarrolla en nosotros un reconocimiento de la bajeza de esas chispas del amor propio, como obstáculos en nuestro camino para recibir ese sabor sutil del otorgamiento al Creador.

De modo que el sentido gradual del reconocimiento del mal va evolucionando en nosotros a través de los momentos de placer y tranquilidad, es decir, a través de la recepción del bien mientras servimos al Creador, por la sensación de gracia y de placer que alcanzamos como resultado de la equivalencia de forma con Él.

B) Ganamos tiempo, pues Él opera para “iluminarnos” lo que nos permite incrementar nuestro trabajo y acelerar el tiempo como deseamos.

La religión no es para el beneficio de las personas, sino para el beneficio de quien trabaja

Muchos están confundidos y comparan nuestra sagrada Torá con la ética. Pero esto lo experimentan porque nunca han probado en sus vidas el gusto de la religión. Yo apelo a que ellos: “Prueben y vean que el Señor es bondadoso”. Es verdad que tanto la religión como la ética aspiran a lo mismo, que es elevar al ser humano por encima de la inmundicia del limitado amor propio y llevarlo a las alturas del amor por sus semejantes.

Pero aun así, están tan distanciadas la una de la otra como la distancia entre el Pensamiento del Creador y el pensamiento de la gente, pues la religión es una extensión del Pensamiento del Creador, y la ética proviene de los pensamientos de la carne y hueso y de la experiencia de sus vidas. Por lo tanto, la diferencia entre ellas es obvia, tanto en el aspecto práctico como en su meta final. Pues el reconocimiento del bien y del mal que se desarrolla en nosotros a través del empleo de la ética, tal y como la utilizamos, es relativa al éxito de la sociedad.

En la religión, sin embargo, el reconocimiento del bien y del mal que se desarrolla en nosotros según vamos haciendo uso de ella, es relativo solamente al Creador. Es decir, desde la desigualdad de forma con el Creador hasta la equivalencia de forma con Él, la cual se llama Dvekut (adhesión) como se aclara en Matán Torá (puntos del 9 al 11).

Y asimismo las dos están completamente distanciadas la una de la otra con respecto a la Meta. Pues el propósito de la ética es el bienestar de la sociedad, desde la perspectiva de la razón práctica, derivada de las experiencias de la vida. Pero al final, este propósito no promete a sus seguidores ninguna elevación por encima de los límites de la Naturaleza. Y, por lo tanto, este propósito sigue estando sujeto a la crítica porque, ¿quién puede probarle a un individuo la magnitud del beneficio de tal camino en forma tan absoluta, que se vea impulsado a restar importancia a su propio ser en favor del bienestar de la sociedad?

Sin embargo, el objetivo de la religión promete el bienestar propio del individuo que la sigue. Pues ya hemos probado que cuando uno llega a amar a su prójimo, se encuentra en Dvekut,(adhesión) directa, que es la equivalencia de forma con el Creador, y de acuerdo con ella el ser humano pasa de su mundo limitado, lleno de impedimentos y dolor, hacia un mundo eterno de otorgamiento hacia el Señor y hacia las criaturas.

También encontraréis una diferencia significativa con respecto al apoyo, porque el empleo de la ética se apoya en el favor de la gente, lo cual es como una renta que finalmente ha sido pagada. Y cuando el ser humano crece acostumbrado a este trabajo, no podrá ascender en los grados de la ética ya que estará habituado a hacer este trabajo que está bien recompensado por la sociedad, que le paga por sus buenas obras.

Sin embargo, cuando observa la Torá y Mitzvot con el fin de complacer al Creador sin recibir ninguna recompensa, va ascendiendo los peldaños de la ética precisamente en la medida de su dedicación, puesto que no hay pago en su camino. Y va acumulando céntimo a céntimo en una gran cuenta. Y finalmente adquiere una segunda naturaleza, que es el otorgamiento a sus semejantes sin ninguna gratificación propia, salvo para las necesidades básicas de su existencia.

Ahora ya ha sido realmente liberado del encarcelamiento de la Creación, porque cuando uno detesta cualquier tipo de recepción para sí mismo y su alma, aborrece los pequeños placeres del cuerpo y el respeto, se encuentra deambulando libremente por el mundo del Creador. Y se le garantiza que nunca tropezará con daños o desgracias, ya que todo ello llega al ser humano sólo a través de la recepción para sí mismo que está impresa en él.

De este modo hemos mostrado ampliamente que el propósito de la religión es sólo para el individuo que trabaja y se dedica a ella, y no para el uso y beneficio de la gente común, aunque todas sus acciones giren alrededor del beneficio a las personas y se midan por estos actos. Esto no es sino un paso hacia la meta sublime, que es la equivalencia de forma con el Creador. Y ahora podemos comprender que el propósito de la religión se construye mientras vivimos en este mundo. Examinad con atención el artículo Matán Torá, (Entrega de la Torá), en lo referente al propósito individual y colectivo.